¡Salgo por la puerta y salta la alarma!
El guardia se acerca, se acaba de fumar un piti fuera. Lo vi al entrar.
Esto pasó.
No llegaba a tiempo a clase de inglés de mi hija.
Estaba allí, en el Decathlon, para recoger un kimono de kárate nuevo.
Por supuesto, lo había pedido por internet.
Era la opción más rápida.
Luego te acercas a la tienda y lo recoges.
¿Qué podía fallar?
Introduzco el código en una pantalla táctil muy chula.
Veo por allí varias personas desconcertadas.
No entiendo bien la situación.
La tablet me dice que puedo recoger mi pedido en el buzón B39.
Perfecto.
Hay un mostrador al lado. Sin personas detrás.
Entiendo que lo normal, al ser un proceso automatizado.
Pregunto a la gente por si no me estoy enterando. La modernización de los comercios va por delante de mi capacidad real para comprar.
-Sí, sí, es ahí. Ahí al fondo están los casilleros.
Como no veo a nadie, entro, me acerco a mi número y lo veo allí.
Lo recojo y me voy. Me voy con la sensación rara.
¿Aquí cualquiera puede coger el producto que sea y se va?
Y ya sabes lo que pasó en este punto.
Lo aclaro con el guardia y continúo mi camino. Dejo en inglés a mi hija y me dispongo a ver el kimono nuevo.
Me hacía mucha ilusión, ya que, yo de pequeño también hice kárate y que un hijo siga algún paso tuyo, mola.
Como te digo.
Lo abro, y no es la talla correcta.
¿Qué ha pasado?
Sigo abriendo la chaquetilla, busco, busco, …
Nada, ¡Que no hay pantalones!
¿Pero como pueden fallar tantas cosas en un proceso tan bien pensado?
Atiende.
No fallan los procesos.
Fallan las personas que usan los procesos.
Fallan las personas que diseñan los procesos.
Hace años que sabemos esto. El ser humano falla. No es una máquina.
Además,
El ser humano no se plantea mejorar un proceso que no es suyo.
Bastante tiene como sobrevivir.
Sabemos como solucionar todo esto.
¿Sigues esperando a que se arregle solo?